"Fui a los bosques porque quería vivir a conciencia, quería vivir a fondo y extraer todo el meollo a la vida, y dejar a un lado todo lo que no fuese vida, para no descubrir en el momento de mi muerte, que no había vivido", esta frase de “El Club de los Poetas Muertos” de Nancy H. Kleinbaum es la que me viene a la memoria al recordar el encuentro 24 años después de los protagonistas de la novela de “El Díos de las Pequeñas Cosas” de la escritora india Arundhati Roy.
Arundhati Roy es una escritora india, nacida en 1961, que alcanzó el éxito mundial con ésta, su primera novela, que es semiautobiográfica y que fue ganadora del premio Booker en 1997. Es una mujer comprometida con las desigualdades y las grandes injusticias, por lo que es conocida además de su faceta literaria por sus ideales pacifistas, ecologistas y feministas.
En “El díos de las pequeñas cosas” la escritora utiliza a tres generaciones de una misma familia, los dos hermanos gemelos, Estha y Rahel, su abuela maltratada por su abuelo; su madre, divorciada y enamorada de un indio de diferente casta (algo impuro para una católica sirio-ortodoxa); una tía-abuela soltera envidiosa y supeditada a las costumbres locales; su tío, divorciado de una inglesa teniendo una hija en común...
Arundhaty Roy |
La novela da saltos en el tiempo, ya que está ambientada en dos épocas distintas: en un principio, en la India de finales de la década de los 60. Un país convulso donde la sociedad de aquella época estaba subordinada a la cultura de las castas, al marxismo, a los tabúes, a las tradiciones represoras, a la religión, al machismo, a la distinción de clases... y en un segundo lugar en el tiempo, en el año 1993, donde los personajes se reúnen sin mirar atrás y sin poder olvidar lo que la vida les ha deparado.
Es un libro que aunque esté ambientado en el estado indio de Kerala y centrado en su exótica cultura y en sus costumbres en un determinado período, queda patente que habla de una historia universal y atemporal, ya que describe a la humanidad en general con sus innegables defectos y virtudes. En ella se mezcla el amor, las pasiones llevadas al límite, los anhelos inalcanzables, la pérdida de la inocencia y el dolor que viene camuflado de muchas formas distintas, donde a veces la muerte es una puerta de salida mas fácil que la humillación o la vergüenza.
Nos narra el reencuentro de dos hermanos después de haber vivido una infancia dolorosa debido a un desafortunado accidente que marcará para siempre la vida no sólo de ellos dos, sino de todos los personajes involucrados en este hecho. Es por lo que en su unión años después buscarán desesperadamente la redención y el perdón que durante toda su vida han buscado infructuosamente.
Kerala, India |
Una novela conmovedora, llena de ternura y sensibilidad, pero no muy fácil de leer, con una realidad tan cruda que la autora ha tenido que poner como filtro de los hechos la mirada y el punto de vista de los dos niños pequeños, amortiguando así un poco la dureza de los hechos. Una historia muy humana escrita con las lágrimas de los recuerdos y de la injusticia.
Al principio puede costar un poco entrar en la novela ya que los nombres orientales y el desorden cronológico de los capítulos no ayudan especialmente a integrarte en la historia, pero eso no evita, una vez pasado este punto, que te atrape para no poder, ni querer, soltarte hasta las últimas frases del libro, donde en las cuales la dureza desgarradora del texto se mitiga en parte con un bellísimo encuentro amoroso, dejándote así atrás el sabor amargo del texto.
Un sabor amargo muy parecido al que me causó la primera vez que vi la película de Clint Eastwood “Mistic River”, pero que también al final se nutre de una filosofía muy similar a la de películas tan entrañables como “El club de los poetas muertos” o “Amelie”, y es que una frase, quizás la mejor del libro, dice así:
“Las Grandes Cosas siempre se quedaban dentro. No tenían adónde ir. No tenían nada, ningún futuro. Así que se aferraron a las Pequeñas Cosas.”
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