martes, 23 de abril de 2013

FAHRENHEIT 451

Todos recordamos pasajes o fotos por parte de mandatarios de la historia quemando libros para destruir el pensamiento e ideas contrarias, desde los grandes dictadores presas del fanatismo y de la guerra hasta las distintas religiones.
Que mejor distinción se le puede hacer al libro, y a todo lo que ello puede significar, en su día internacional, que hablar de una de las grandes obras que mejor lo han homenajeado.

Fue en 1953 cuando el escritor norteamericano Ray Bradbury (1920-2012) después de haber publicado ya sus famosas “Crónicas marcianas” publicó lo que se convertiría en un icono de la literatura como es “Fahrenheit 451”. El título hace referencia a la temperatura a la que el papel de los libros se inflama y arde (233 grados centígrados).
Ray Bradbury


El libro nos cuenta la historia de Montag, un bombero cuyo trabajo paradójicamente no es apagar fuego sino provocarlo. Sus compañeros y él lo que hacen es localizar libros para quemarlos después junto a las casas que los contienen, ya que desde un estado omnipresente, que supuestamente velan para los intereses de los habitantes, pretenden que ellos sean felices y están seguros de que leyendo libros la gente piensa y se preocupan innecesariamente. Sólo está permitido el entretenimiento vacuo con programas en televisión o comics de humor. Los ciudadanos son esclavos de un sistema no cuestionado por la sociedad hasta que el protagonista conoce a una joven que le habla de la felicidad y del pensamiento libre en un mundo en que todo está estandarizado. Es entonces cuando se replanteará su vida.
¿Nos hemos preguntado alguna vez si somos felices?, ¿si nos gustaría el que el estado nos impusiera ser felices?, ¿elegiríamos una falsa felicidad o una felicidad vacía a cambio de nuestra sabiduría o sentido crítico?. La consigna está bien clara: mientras más ignorantes, menos sentido crítico al no cuestionarnos nuestra propia vida, menos problemas para un estado que pretende someternos.

Esta es la sugerente propuesta que hace ya 60 años Bradbury nos mostró no sólo lo que sucede en las dictaduras, sino que se anticipa, en gran parte, a la sociedad actual donde prevalece el hedonismo, el individualismo y la ignorancia generalizada y donde a veces quitan o ponen, según les convenga, la venda a la justicia. Es una novela muy actual ya que percibió que a los estados los que les gusta es que la gente sea feliz, pero para que sea ignorante y conformista, suprimiendo la capacidad de libre pensamiento. Es por lo que a veces no nos damos cuenta de que la realidad es bien distinta ya que esta ignorancia nos hace lo suficientemente necios como para no poder ver lo infelices que podemos llegar a ser (recuerden el dicho de los romanos “Panem et circenses”). Los poderosos temen a una sociedad culta, inteligente, reflexiva y con principios ya que no los pueden manipular a su antojo.
Igual le pasa a la televisión actual, que también y tan bien retrata en su libro con una programación aburrida, despreocupada de la cultura y con la única función de entretenernos con unos contenidos vacíos que nos idioticen poco a poco.
La historia está contada sin profundizar mucho en los personajes pero que no decae en ningún momento debido al giro en la personalidad del protagonista (su lucha interna en contra del sistema) y con el mensaje que nos va transmitiendo. Tiene un sorprendente final con un rastro de esperanza ya que siempre habrá una resistencia, generación tras generación (que luche contra los más poderosos), enemigos de la censura y del oscurantismo.
Un libro denuncia donde lo más importante es el mensaje que encierra, ya que más que te invite, te obliga a pensar, al igual que otro también altamente recomendable, “1984” de George Orwell.

Trece años después de la publicación de la novela, FranÇois Truffaut, uno de los grandes directores del cine, dirigió la versión cinematográfica con el actor Oscar Werner, en el papel de Montag, y con Julie Christie, que todavía es recordada su hermosura en “Doctor Zhivago”.
La película muestra el mismo mundo distópico y el mismo mensaje de denuncia del libro, pero quizás es un filme que ha envejecido mal, ya que el mundo futurista recreado a día de hoy resulta en algunas veces hasta caricaturesco, pero eso es un asunto visual que para nada resta a la esencia que Bradbury quiso reflejar, ya que es bastante fiel al texto. Un filme muy recomendable aunque, como ocurre en la mayoría de los casos, no llega al nivel del libro en el que está basado.


Precisamente, hoy 23 de abril de 2013 me hago eco de las palabras dichas por José Caballero Bonald en el discurso de entrega del Premio Cervantes de este año: “La quema de libros es una metáfora de la esclavitud. Destruir, prohibir ciertas lecturas ha supuesto prohibir, destruir ciertas libertades. Quien no almacena conocimientos era apto para la sumisión”.
Hoy, por suerte podemos leer “Fahrenheit 451”.

martes, 9 de abril de 2013

RUTA DE LOS PUEBLOS BLANCOS - SIERRA DE GRAZALEMA

Muchas veces los infortunios del pasado como las guerras que tanto daño causaron a nuestros antepasados fueron el origen de lo que a día de hoy, con el paso de los de los siglos, han llegado a convertirse en monumentos dignos de ver como pueden ser los castillos, las fortalezas o las murallas que hoy admirados con envidia, pudiendo conocer así la cultura y costumbres de lejanas civilizaciones que nos han dejado su impronta.
Uno de estos infortunios fue la entrada de una fuerte epidemia de fiebre amarilla, a principios del S. XIX, por el puerto de Cádiz proveniente de los buques que venían de América. Los lugareños intentando huir de la mortal epidemia fueron emigrando a la sierra, extendiendo de esta manera la enfermedad. Como efectiva prevención decidieron utilizar el encalado, de origen árabe, como medida higiénica para desinfectar las casas y calles de los pueblos. Es de aquí de donde proviene el origen de los pueblos blancos que a día de hoy todavía siguen blanqueando sus hogares y fachadas.
Es cierto que hay muchos pueblos blancos repartidos por toda Andalucía pero existe una ruta conocida como tal que une Cádiz y Málaga, ya que están todos correlativos y relativamente cerca. Esta ruta no se lleva a cabo por la vía más rápida, que es la costera, sino por la más bella, la del interior, la de la sierra.
La RUTA DE LOS PUEBLOS BLANCOS es un itinerario que parte de Arcos de la Frontera, en la provincia de Cádiz y termina en Ronda, ya en Málaga. En el camino, los senderos de antaño, hoy también carreteras, se vuelven quebradizos, empinados y escarpados que atraviesan paisajes y pueblos de los más bellos de Andalucía.

Ruta de los Pueblos Blancos
Empezamos la ruta por ARCOS DE LA FRONTERA que se puede decir que es la capital y puerta de entrada a la ruta por el poniente. Quizás esta “capitalidad” la tiene ganada ya que es uno de los mayores pueblos de la ruta y con mayor valor monumental reuniendo además lo que definen la gran mayoría de ellos: estar enclavado en lo alto de una gran peña y con un patrimonio histórico envidiable.
Arcos de la Frontera
El río Guadalete ha ido formando a través de los tiempos un valle bajo la impresionante ladera y peña donde se encuentra el centro histórico de la ciudad. La época medieval y morisca transformaron la fisonomía de Arcos en callejuelas de trazado caprichoso, esquinas de macetas sobre la cal blanca, murallas defensivas que todavía perduran y altos miradores a la extensa campiña gaditana. En algunos lugares uno se encuentra sumergido totalmente en el pasado, es como la Baeza jienense sustituyendo la piedra por la cal. Entre las numerosas iglesias destaca la mayor y más antigua de Arcos, la Basílica Menor de Santa María de la Asunción, que tiene todos los derechos y privilegios de las basílicas de Roma. Parece increíble que el tráfico rodado moderno haya podido acceder por las callejuelas aledañas a la plaza del Cabildo, que es donde se encuentra la Basílica Menor, el Parador Nacional, el Ayuntamiento y el Mirador de la Peña, quizás el más visitado por sus inmejorables vistas. Esta plaza, la del Cabildo, el centro neurálgico e histórico de la ciudad está rodeada de bellos edificios que queda empañada de manera considerable por estar a todas horas completamente sitiada por la cantidad de coches aparcados en ella.


 
 
En Arcos hay numerosos restaurantes y tabernas para poder comer y tapear con una buena copa de fino o manzanilla. El bar típico que voy a recomendar, entre todos en los que estuvimos, por lo peculiar, ya que está enclavado en el interior de una cueva, y por lo bueno de sus platos, es el “Alcaraván”. Regentado por un matrimonio: la mujer se dedica a la comida y a la barbacoa que se sitúa en plena calle a la entrada del bar y él es el que sirve las mesas. La espera en ser atendido no es excusa para entrar y tomarse cualquier tapa de las que se pueden degustar en un enclave tan singular.


Otro de los pueblos que visitamos es ALGAR, un pequeño pueblo, no muy conocido, entre El Bosque y Arcos de la Frontera que fue fundado en 1773 cuando Domingo López de Carvajal cumplió la promesa cuando en uno de sus viajes entre México y España, le sorprendió una gran tormenta en mitad del océano prometiendo a la Virgen de Guadalupe que si sobrevivía fundaría un pueblo en lo más intricado de la sierra gaditana. Ahí nació Algar, que como se puede comprender no es que se pille de paso precisamente.


EL BOSQUE, también pequeño y también blanco, está enclavado a medio camino de la ruta. Con numerosas calles estrechas y cuestas empinadas, como la del Callejón de la Fragua. Al igual que Ubrique, éste también tiene una buena industria del cuero y la piel. Este pueblo es la puerta de entrada natural al otro gran atractivo de la zona aparte de sus pueblos, que no es otro que su sierra, la de Grazalema.


Supongo que si pensamos cual es el sitio más lluvioso de España seguro que nos viene a la mente Asturias, Galicia o tal vez Cantabria. Pero no, está en Andalucía y más concretamente en la gaditana SIERRA DE GRAZALEMA. Las nubes procedentes del Atlántico tropiezan con el conjunto de picos calizos formando frecuentes lluvias que hace tan atípico este fenómeno en este lugar. Quizás esta anomalía, unida a la altura topográfica, es la más adecuada para que enraícen los pinsapos, unos abetos prehistóricos (anteriores a la última glaciación) que sólo se pueden ver en esta singular sierra boscosa.

Detalle de un pinsapo en la Sierra de Grazalema

Estos árboles tan atípicos nos acompañan durante las sinuosas carreteras que unen los diferentes pueblos, como en Benamahoma (en árabe, hijos de Mahoma), que es una pedanía de Grazalema, donde el silencio, la serenidad de sus calles y el olor de sus flores es una grata invitación para el disfrute de nuestros sentidos.

Benamahoma
Dejando atrás la aldea de Benamahoma llegamos a lo alto Puerto del Boyar por una serpenteante carretera, con buen firme, pero con muchas curvas. La panorámica desde aquí al valle y a las sierras vecinas hace inevitablemente que esta pequeña parada para relajarse sea el complemento perfecto del verde de la sierra con el blanco de los pueblos.

Pasado este puerto de Montaña nos encontramos con GRAZALEMA, que además del nombre de la sierra es un pequeño pueblo encantador donde todavía se puede encontrar la arquitectura típica de casas de cal blanca, puertas antiguas de madera y rejas de forja en las ventanas. Un pueblo con su atalaya sobre los morros mas altaneros de la sierra, que hace doscientos años daba cobijo a numerosos bandoleros, como el famoso cordobés José Mª “el Tempranillo” que se casó con una gaditana teniendo a su hijo aquí, mientras se escondía del ataque de los soldados franceses en la Guerra de la Independencia.

Grazalema
Una vez dejado atrás el pueblo de Grazalema y a pesar de que al principio bajamos por una carretera con una gran pendiente llegamos al que resulta ser el pueblo más alto de toda la provincia de Cádiz, VILLALUENGA DEL ROSARIO,… y el de menos habitantes. Estas dos curiosidades no podían darse en un pueblo que no tuviera la belleza de éste, ya que está enclavado en la falda de un macizo rocoso que hace de pared norte del pueblo. 
Villaluenga del Rosario
Arquitectónicamente hablando, aparte de las casas blancas, que dan nombre a todos estos pueblos de origen musulmán, es su peculiar plaza de toros de forma poligonal. Pero si algo recuerdo y todavía aún sigo paladeando (ya que compré algunas piezas) es el famoso queso Payoyo, originario de este pueblo de las cabras autóctonas llamadas payotas, pero que se puede encontrar en todos los de esta zona. La leche de estas cabras han hecho las delicias, en forma de queso, en restaurantes tan aclamados como los de Ferrán Adriá o Carme Ruscalleda.

El último pueblo que visitamos fue ZAHARA DE LA SIERRA cuya silueta nazarí reflejan las aguas turquesas del pantano Zahara-El Gastor.


Ésta es una de las de las estampas típicas no sólo de Andalucía sino de España por su gran atractivo paisajístico con el pequeño pueblo blanco entre la torre del homenaje del castillo en lo alto de una gran peña y las aguas del embalse abajo. Un conjunto que forman uno de los pueblos más bellos de Andalucía,… que no es poco. 
Zahara de la Sierra

Y es que la Ruta de los Pueblos Blancos tiene la esencia del corazón mismo de Andalucía con un sinfín de matices en los alegres colores de las buganvillas, claveles y gitanillas, en el blanco de sus paredes encaladas, en el verde profundo de sus sierras de pinsapos y en el azul intenso de sus cielos.
Atrás me he dejado algunos pueblos sin ver como Ubrique, Setenil de las Bodegas, Olvera o la mismísima Ronda. Así que tengo la excusa perfecta para volver a acercarme al inmenso patrimonio histórico, artístico, cultural y natural de esta zona.