jueves, 24 de marzo de 2011

El Algarve (II): Ruta hasta el Cabo de San Vicente

Un día de la estancia en Albufeira lo queríamos aprovechar para salir a hacer una pequeña salida, ya que desde que visité Cabo de Gata con su faro, tenía muchas ganas de ir a contemplar el faro y el Cabo de San Vicente, el punto más suroeste de la Europa continental.
En vez de utilizar la autovía N125 que va desde Lagos hasta Sagres, que es el camino más lógico, rápido y cómodo, decidimos hacer una ruta por los pueblos pesqueros dirección oeste. La primera parada fue el pequeño pueblo de Luz, tristemente conocido mundialmente por la desaparición de la pequeña Madeleinne hace unos años. En Praia Da Luz, destacar la iglesia de Sao Vicente, pintada en blanco y amarillo, así como las vistas a las hoyas de agua en la roca junto a la playa de forma de media luna con acantilados al fondo.



Atravesando el pueblo de Burgau fuimos en busca de Forte de Almadena, una carretera en bastante mal estado que cruza unos cerros con alguna granja. En mitad del camino nos desviamos hacia el indicador de Praia das Cabanas Velhas, que es una plácida cala toda rocosa.


Ya desde este paraje virgen verá a lo lejos en el horizonte el cabo de San Vicente.
De nuevo en la carretera, a 800 metros buscamos Forte de Almadena. En lo alto de un acantilado se encuentras las ruinas en de una fortaleza del sigo XVI construida por Joao III. Las vistas cada vez son más impresionantes porque la altura es cada vez mayor. Llegamos a Salema, pequeño puerto pesquero, donde la parada fue de minutos, así que no puedo decir mucho al respecto.
Siguiendo dirección Vila do Obispo, y ya en la N125, llegamos a la capilla del siglo XIII de Nossa Señora de Guadalupe, donde entró a rezar el príncipe Enrique el Navegante cuando vivía en Raposeira, pueblo muy cercano a la ermita, pero que al ser mediodía se encontraba cerrada y sólo pudimos ver la sencillez de sus muros exteriores.

La siguiente parada fue A Bateria do Zavial, al final de una carretera sin salida que te lleva directamente a la costa, donde hicimos parada para comer, en plan picnic, junto a los acantilados, escuchando el rugir de la furia del mar contra las paredes verticales de roca y los incesantes graznidos de las cientos de gaviotas que hay por toda esta ruta. Me llamó la atención que en esta zona hay muchas autocaravanas donde los jóvenes hippies con sus rastas comparten este pequeño paraíso escondido con los viejos y curtidos pescadores de caña al borde de los acantilados.

Estuvimos hablando con uno de éstos últimos ya que nos avisó en un mal español del cuidado que hay que tener de no acercarse mucho al borde, ya que los golpes de mar son muy traicioneros y peligrosos, pero nadie lo diría por donde él estaba encaramado. Por esa zona estuvimos buscando los monumentos megalíticos que los carteles nos decían pero después de mucho buscar sólo vimos un menhir entre algunos arbustos junto a la carretera.

En el pueblo de Vila do Obispo visitamos la preciosa iglesia barroca, blanca y amarilla también, de Nossa Señora da Conceicao, en la plaza principal. El interior es de principios del siglo XVII, recubierto hasta el techo de azulejos azules y dorados. Las bóvedas están pintadas y guarda ricos retablos. En el interior custodiando la iglesia se encontraban un reducido grupo de ancianas típicas de pueblo, con sus vestimentas negras, sus pañuelos sobre la cabeza y sus bocas desdentadas que fueron tan amables de dejarnos hacer algunas fotografías. Antes de seguir nuestra ruta hicimos un paseo en coche por las escondidas y estrechas calles, tanto es así que me quedé sin poder continuar hacia delante, teniendo que volver marcha atrás un gran tramo de calle.
El último pueblo antes de llegar a nuestro destino era Sagres (famosa por la cerveza portuguesa más típica). Si en verano cuando uno va a la playa lo que quiere es buen tiempo y sol, si en enero se va a visitar los acantilados de la costa portuguesa lo ideal es viento y lluvia. Así que no podía hacer mejor clima para la visita. La lluvia torrencial, el olor a sal y el rugir del viento solo quedaba amortiguado por las guitarras de la canción que busqué en el reproductor de CD mi coche, la cañera “La Grange” de los barbudos ZZ Top. Poco podía pedir en ese momento que mejora mi eufórico estado de ánimo. No pudimos visitar la fortaleza de Sagres, ya que la gran parte del recorrido interior es al aire libre y con ese tiempo era una locura pasear por sus patios. A tan solo 3 km ya se divisa con total claridad el faro coronando el cabo que le da nombre. Así que después de 60 km y 5 horas de camino aparcamos en la misma explanada junto al faro del Cabo de San Vicente.

Son espectaculares las vistas desde lo alto, mirando hacia las decenas de metros la altura a la que se puede apreciar las olas ayudadas por el fuerte viento romper contra los acantilados golpeando las rocas creando un atronador ruido sobrecogedor.


Música:
La Grange de ZZ Top


Viendo tal imagen con el horizonte a lo lejos se da uno cuenta de lo minúsculo que es cada uno de nosotros y lo hermosa y enigmática que es la naturaleza. No me extraña que la historia de los portugueses esté salpicada de insignes navegantes y aventureros, ya que desde aquí se adentraban al extremo del mundo hacia el fin del mundo, hacia lo desconocido.


Por suerte contaban con la ayuda para regresar al hogar del faro, clavado casi en el mismo borde de la tierra guiando en su día a los marineros y atrayendo hoy a los turistas y viajeros que nos quedamos absortos contemplando como el sol da el relevo el lento girar de la gran lente luminosa piramidal.

2 comentarios:

  1. Hola Pedro, muy bonitas las fotos. Enhorabuena por tu reciente enlace matrimonial. A ver si pronto podemos quedar para hacer alguna rutita en bici por la Campiña. Un saludo pare.

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  2. Muchas gracias por tu felicitación para mi nueva vida. Estaremos en contacto. Un saludo!!

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